martes, 24 de marzo de 2009

No hay tumbas para la verdad (Graciela Bialet)


El tío Hugo cumplió como siempre su palabra y me consió el libro que había elaborado la Comisión sobre la Desaparición de Personas. Yo quería revisar ese informe para ver si encontraba el nombre de mi mamá que estaba desaparecida desde la última dictadura militar. Desaparecida. Como si se hubiese desvanecido en el aire, o se la hubiese tragado la tierra, o esfumado como por arte de magia, según parecía creer mi abuela intentand argumentarme la vida con ositos de peluche aún a mis 17 años.
Aquel día a la salida de clases, le dije a la abuela Esther que me iba a estudiar a lo de un compañero que ella no conocía, pero en realidad me fui al departamento de Rogelio.

Por lo que Rogelio me cuenta de aquella época, todo era subversivo: pensar distinto era subversivo, ser joven era un delito subversivo, hacer el amor antes de casarse era promiscuidad subversiva, cantar las canciones de Jhon Lennon era reproducir modelos subversivos, usar el pelo largo y los jeans deflecados era un modo de mostrarse subversivo. Para mí que creer que todo era subversivo estaba de moda. Revisé el libro hoja por hoja esquivando las ganas de vomitar que me producía cada relato.
Leyendo sobre los niños arrebatados de su hogar junto a sus padres, pensé en mi suerte y en mi mamá, abandonándome escondido en el canasto de la ropa sucia. Sólo recuerdo gritos extraños, y a ella diciéndome algo mientras me tapaba con manteles y camisas adentro de un cesto de mimbre. ¿Qué sucedio aquella noche? ¿Porqué me dejaron allí? ¿No me habrían visto? ¿O en realidad yo no estaba ahí cuando secuestraron a mi madre?
Los capítulos se sucedían uno al otro sin mermar su asqueroso discurso.
El mate amargo endulzaba la lectura.
Finalmente, en la página 323 encontré el nombre de mi mamá: Ana Calónico de Juárez, 26 añoa, secuestrada de su domicilio el 21 de septiembre de 1977.
La vista se me acalambró y se resistía a leer. A regañadientes obligué a mis ojos a dar sus saltos decodificando líneas y letras. Eran sólo seis renglones.
Pensé inmediatamente en no volver a dirigirle la palabra a la abuela, porque si ella había recurrido a todos los organismos de defensa de los derechos humanos buscando a mi mamá, como me había dicho, la habría encontrado hace mucho en esa maldita página 323 igual que yo. Me sentía brutalmente estafado, pero mi curiosidad iba más rápido que la bronca y seguí leyendo.
Así me enteré que mi mamá había sido vista en un destacamento militar usado como centro de detención clandestino llamado La Perla. Allí la habían torturado con electricidad atada a un elástico metálico luego de ser violada por varios guardias, y no se supo más de ella después de que la sacaron de un camión junto a otras dos mujeres. Se presume que fueron arrojadas al pozo de una cantera de cal sin apagar a pocos kilómetros del lugar de cautiverio.
Me florecío un sudor pegajoso en la cara y me quedé ciego no sé por cuánto tiempo. Hubiera querido llorar con calma, pero la furia se me agitaba el pecho arremolinándome los rencores y no me dejaba comortar como hubiera sido debido.

¡No tenían derecho a obligarme a olvidar! Yo quiera pensar en ella y recordar su rostro, su sonrisa. ¡No les voya perdonar nunca que me mintieran, porque ocultarme hasta el más mínimo detalle, es como haberme mentido en todo! ¿Qué se creyeron? ¿Vivieron en mí lo que perdieron? la abuela a su hija, Rogelio su juventud. Ellos tienen sus recuerdos, por asquerosos y tristes que sean, ¿pero yo?
Me hubiera arrancado los ojos para que dejaran de pincharme las entrañas y empecé a sentir aquella fueria incontrolable de hacía unos momentos. Pero justo cuando estaba envuelto en la peor llamarada de odio, vino a mi rescate una luz infinitamente celeste, como un retazo de cielo desperdigando esencias de vida, y se instaló delante mío la sonrisa de mamá, áquella que me perseguía en sueños por las noches. Ella se plantó frente a mí, en camisón, con su rostro acaramelado de cancion de cuna, y acariciándome entre el mimbre de aquel viejo canasto, cantó una canción de cuna extraña:
-"Botón, botella, soy hija de las estrellas.
Camilito, camilón, mi hijo será gorrión".
Vi su rostro joven y sereno. Recordé sus nanas y las figuras que hacíamos con masa de sal cuando volvía de su trabajo. Me acordé de las cuadras que caminábamos juntos desde la guardería a casa, contándome adivinanzas y juegos de palabras que yo trataba de repetir a mi media lengua. Escuché mi voz de niño llamándola "mamana, mamanita", compactando sus nombres, y ella festejando mi picardía. Sentí su olor a margaritas frescas, su risa de sapo croando hipos que me arrancaban carcajadas, y caricias que ya no quería olvidar.
Su imagen se plantó frente a mí como en una nube de reminicencias recién cortadas.
Era mi mamá, era ella. Lo supe porque luego de un mometo, me recordo aquél:"Te quiero con toda mi alma, hijito; lo mejor que tengo para darte es la libertad. No lo olvides nunca" - con el que me despidió esa noche de horrores entre el mimbre. Entonces me envolvío un perfume salado de recuerdos devolviéndome la paz.
De a poco, la luz celeste se fue esfumando, desgajadamente. Entonces, recobrado de aromas e imágenes, me tiré en la cama de Rogelio y lloré.
Lloré por ella y por mí.
"Ana. Mamá. Mamana..."
Lloré por los años que nos habían robado.
"Botón, botella, soy hija de las estrellas."
Lloré por sus jóvenes ganas de cambiar el mundo.
"Camilito, camilón, mi hijo será gorrión."
Lloré por las horas de canciones que no escuché ni escucharé.
Lloré por las atrocidades que sufrió.
"Mamá. Mamanita..."
Lloré por las noches en que traté de justificar mi esencia de huérfano.
Lloré.
Amarga y pausadamente, hasta que los ojos dejaron de dolerme.

2 comentarios:

Unknown dijo...

gracias por hacerme leer eso maca
tengo mil millones de cosas dentro a partir de ese texto, no te puedo explicar, no lo puedo poner en palabras

nestor dijo...

Genial :D